Si hay algo que me ha enseñado la dieta Paleo, es a tener una relación “sana” con la comida.
En la sociedad actual, asociamos los alimentos a las emociones: ansiamos determinados productos cuando nos sentimos tristes, nos llenan de satisfacción mientras los comemos, y nos sentimos culpables antes siquiera de digerirlos.
Es una relación de amor-odio tempestuosa. Sabemos que no nos convienen, que deberíamos dejar esa relación que nos perjudica, pero a veces nos resulta imposible resistirnos a comerlos.
Pero, cuál es el por qué de este comportamiento? ¿Se puede realmente evitar?
Nuestro cerebro paleolítico
Desde tiempos ancestrales, nuestro cerebro paleolítico ha aprendido a distinguir básicamente entre tres tipos de alimentos en la naturaleza:
- Dulces, asociados a fuentes de energía
- Grasos, fuente de calorías
- Salados, necesarios para la conservación de fluidos.
Años y años de lucha en un entorno hostil, nos enseñaron que estos alimentos nos aportan los nutrientes necesarios para asegurar nuestra supervivencia.
¿El problema? La comida que consumimos hoy en día, no es la que consumíamos miles de años atrás, ni siquiera es comparable a la de hace medio siglo: en lugar de productos frescos, actualmente consumimos alimentos empaquetados, con aditivos, colorantes, potenciadores del sabor, etc.
Seríamos muy ingenuos, si pensáramos que la industria alimentaria, no conoce nuestro pequeño secreto: dulce, graso, salado, y a ser posible, crujiente.
Cuando consumimos estos alimentos con aditivos, nuestro cerebro recibe la señal de que está comiendo algo que por su experiencia ancestral debería ser beneficioso, pero no es capaz de entender que ese alimento ni nos va a nutrir ni nos va a saciar:
Nuestro cerebro no entiende de etiquetados.
Circuito de recompensa y estrés
Estos alimentos súper estimulados piden al cerebro que libere dopamina, un neurotransmisor asociado al placer. Esta sensación agradable provoca que el cerebro busque más de ese alimento que tan “bien” le ha hecho sentir.
Nos recompensamos con algo dulce si tenemos un mal día, nos permitimos un “capricho” porque estamos de celebración, y realmente nos sentimos mejor, ya que nuestro cerebro está liberando endorfinas.
Poco a poco, un hecho puntual como comerte una bolsa de deliciosas bolitas de chocolate después de comer, se convertirá en un hábito, y con el tiempo en una necesidad
Con respecto al estrés, no hace falta que ningún experto nos diga que promueve malos hábitos alimenticios. El estrés crónico, que conlleva la falta de sueño, desajustes hormonales, ansiedad nos induce a comer en exceso y nos hace más difícil el resistirnos a los antojos.
Rompiendo el círculo
La solución, tan sencilla y tan complicada, es reprogramarnos, cambiar nuestros hábitos nocivos, de forma que volvamos a reconocer un alimento delicioso como aquel que es nutritivo, y dejemos de verlo como algo que nos hace sentir mejor anímicamente.
No refugiarnos en nuestros estrés, ni echar la culpa a otros que nos insisten en que cojamos otra patatita de la bolsa. Acepta que eres tú quién decide el comer algo. Algo que es perjudicial para tu salud.
Se feliz.
Alejandra says
Bastante interesante y a la vez sencillo el planteamiento.
Es alucinante como el tema de la comida a la “paleolítica” es todavía para mucha gente algo bastante raro, pero en cambio que no resulte igual de raro decir/pensar que comer sano es comer productos light. Este es el mundo del revés…
PaleoModerna says
Ay, sí, falta mucho para que la gente vuelva a la comida real…. cuantas veces escucho lo de “no me como un plátano porque tiene muchas calorías, mejor me voy a tomar esta barritas de cereales”… :))
deborapaleopez says
Buenísima entrada! Se me había escapau 🙂
PaleoModerna says
Muchas gracias!
Me alegra que te haya gustado 😉